martes, 18 de agosto de 2015

Otoño

   "Las setas comenzaban a nacer. Las praderas y los árboles nos anunciaban que estaban preparadas para el otoño. Y yo estaba a punto de desaparecer. No me importaba. Mi vida, como la de las hojas, llegaba a su final."

   El sobre no traía remitente. Lo abrí mecánicamente mientras la cafetera anunciaba el comienzo de un nuevo día. Alguien pasó anoche por mi buzón del 17 del Bulevar del Fresno, ya que tampoco traía sello. Dejé la carta en el mueblecito de la entrada, y me puse en marcha. Tenía una cita en los bungalows del lago con el Sr. Perkins; la temporada de pesca comenzaba, y me había ofrecido como cada mes de julio a ayudarle con las licencias de los clientes, que empezaban a llegar. La señora Perkins había encontrado hacía un par de veranos a un cirujano digestivo divorciado, que en vez de pescar truchas, se dedicó a lanzar el sedal de la galantería y la seducción. El señor Perkins aceptó su suerte con ductilidad, adaptándose a las nuevas circunstancias sin grandes aspavientos. Era un hombre alto y callado, que disfrutaba de la soledad del lago sin muchas comodidades. Daba largos paseos al amanecer, acompañado por sus perros, que correteaban y olisqueaban el bosque con familiaridad y alegría. Llegamos a la vez a la entrada de su casa. Aparqué mi viejo Volvo bajo el sauce del camino, y nos instalamos en el porche con una taza de té.

   A media mañana nos despedimos y me acerqué a la ciudad. Tenía que hacer algunas compras, y había quedado a comer con mi sobrina Anna. Empezaba a hacerse mayor, y nuestra relación se estrechaba. Empezaba también a tener planes, y los comentábamos entre platillos de verduras y pescados de temporada. Le conté lo de la nota de mi buzón y abrió mucho los ojos con la sorpresa de la niña que aún quedaba en ella. Me sugirió contactar con su profesor de literatura, el señor René, dada su accesibilidad, cordialidad y sabiduría. Tuve que esperarle durante algunas semanas a que volviera tras sus vacaciones; había disfrutado de una temporada viajando por su Europa natal, y dedicando algún tiempo a un proyecto social de acercamiento a la lectura para infantes, en unos pocos pueblos al norte de Italia. Volvía lleno de luz. Nos sentamos cómodamente en un rincón de su jardín, arropados por las ramas del viejo chopo, dispuestos a degustar una rica ensalada de rojos y tibios tomates aliñados con el valioso aceite de oliva que se trajo en la maleta. Realmente era un hombre amable y sencillo, con la mirada verde y serena en la que era fácil sumergirse. Cuando le hablé del misterioso texto que llegó a mí al comenzar el verano, me contó una historia:

    "Los Ojibwa fueron uno de los pueblos nativos más grandes y desarrollados de los Estados Unidos. Conocían  la geometría y las matemáticas, y dejaron como legado varios rollos complejos con la historia, las canciones, los mapas, los recuerdos, los cuentos y otras artes. Los honorables custodios de todo ello era la sociedad de los Midewiwin. Se trataba de hombres y mujeres dotados de una misteriosa espiritualidad, que conocían los caminos del corazón."

   De pronto, la brisa de la tarde empezó a traer lejanos sonidos. Las ramas de los árboles, algún aullido de perro,... y una canción suave y melodiosa que rezaba así: "Las setas comenzaban a nacer. Las praderas y los árboles nos anunciaban que estaban preparadas para el otoño. Y yo estaba a punto de desaparecer. No me importaba. Mi vida, como la de las hojas, llegaba a su final". Sentí que un agua fresca y cristalina brotaba de mi interior y se expandía por todo mi cuerpo, desde el centro como una onda abarcándome entera. Sentí como un canal se abría en mí, desde el coxis hasta la coronilla, que me conectaba con la tierra, que me aspiraba pesada y poderosa, y el universo, que era luz. Sentí cómo todo lo demás desaparecía. Yo sólo era energía. Ya sólo fluía.

                foto: MacaRon, Gréixer, La Cerdanya


   Alice Wood
1973- 2018
"... y al fin reconocí
que yo estoy en todo
y que todo está en mí"
Hazrat Inayat Khan



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