martes, 2 de junio de 2015

A la mesa

  El agua hirviendo borboteaba en la cazuela emitiendo un sonido profundo y constante. Era raro que el chef André no hubiera llegado aún. Camille se disponía a ponerse su delantal para empezar la jornada, cuando la puerta abierta de la cámara llamó su atención. Se acercó mientras se ajustaba distraída el trapo de cuadros al lazo delantero del mandil negro, emitiendo un grito de terror al descubrir el cuerpo inerte en el suelo. Cuando recuperó la conciencia volvió a asustarse, dándose cuenta de que no lo había soñado. El cuerpo del chef André reposaba sin vida en el suelo, rodeado de verduras y hortalizas de colores. Como un último y macabro emplatado del menú del día.

  Pauline no podía creerlo, pero no se separaba de Camille, ofreciéndole a traguitos una infusión de hierbas para los nervios. Ejercía como gobernanta desde hacía tan solo unos meses, reemplazando a Mademoiselle De la Croix desde su jubilación. Y aunque contaba con el respeto y la simpatía de algunos miembros del personal, aún se sentía extraña en este viejo hotel. Al chef André ni siquiera se atrevía a dirigirle la palabra, tal era su fama de egocéntrico y extravagante. Por lo que, aparte del susto inicial, tampoco sintió una gran pena por lo sucedido.

  -No hay signos de violencia ni de envenenamiento- informó el Dr Renaud, patólogo desde hacía más de treinta años.- Pero he encontrado una pequeñísima marca de aguja en su hombro izquierdo, justo en el músculo deltoides. Todo indica que le inyectaron una elevada dosis de insulina, provocándole una hipoglucemia severa, llevándole al coma y a la muerte. No hay signos de traumatismos, por lo que el chef estaría sentado o tumbado cuando se desmayó. Hay que contar que desde la inyección al desmayo quizá pasaran unos treinta o cuarenta minutos, aunque es imposible  rastrear la dosis que utilizaron.
-Bien, ¿alguna cosa más?- Hänsel se impacientaba. Era su tercer caso desde que salió de la academia, y tenía prisa por llegar muy alto, muy lejos y muy pronto.
-Sí. He encontrado este trozo de papel arrugado en su mano derecha. Parece un trozo de una página de un cuaderno de recetas.
  Hänsel estudió la pista con detenimiento. Era un trozo de papel fino color crema de unos veinte centímetros de diámetro, con los bordes arrancados. En él podía leerse sólo una parte de un párrafo: "sta que la salsa espese. Añádanse entonces las vieras crudas y un chorr". No era mucho por lo que empezar, pero no tenía nada más. Interrogó a todo el personal del hotel, y a los clientes hospedados en él, retenidos allí por orden judicial. La jueza que llevaba el caso era conocida como Mme Marteau, un infantil juego de palabras que sustituía su apellido "Martô" por su apodo "martillo", ya que era una mujer severa y seria que dictaba sentencia con un viejo mazo de cerezo pulido a mano para su tatarabuelo, un conocido juez que ejerció durante la primera república francesa.

  Hänsel  embargó los libros de recetas que encontró en el hotel, y en casa de la víctima. Era un apartamento viejo, sucio y mal iluminado, que ponía en evidencia el poco tiempo que el chef André pasaba en él, y la poca gente que lo visitaba. Entre sus fotos encontró una en la que salía el chef asesinado recibiendo un pomposo diploma de la Escuela de cocina Le Cordon Bleu de París, en la que se leía "al maestro cocinero Le Chef Jean François André, I premio en cuisson des Saint Jacques".
  Hänsel recordó que había leído en algún lado que las Saint Jacques (viera en francés) adquirieron su nombre de la famosa ruta jacobea, cuando los peregrinos llegaban a Finisterre y recibían la concha como prueba de su peregrinación, llevándola con ellos de vuelta para no olvidar lo aprendido en El Camino.

  Es entonces cuando comprendió que no sólo se trataba de una receta sino de una nota de suicidio.

 foto: MacaRon, Japón


 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario