martes, 26 de mayo de 2015

Sales Minerales

  El cubito de hielo flotaba en el whisky como un pequeño iceberg. Frank contemplaba su vaso, sintiéndose también a la deriva en este bar perdido en mitad de ninguna parte. Había utilizado toda su energía en el transcurso de esta última semana, y ahora intentaba que todo aquello se posara.

 Todo empezó cuando el martes recibió un misterioso correo, en su despacho de abogados en la calle Kanstrabe, en Berlín, denunciando al señor Ortiz Andrada como inmigrante ilegal desde hacía cuatro años. El informe documentaba la profesión de este uruguayo como relojero, dueño de un pequeño taller no muy lejos del AquaDom, donde tenía alquilado un viejo apartamento en el que vivía.

  El protocolo del despacho exigía investigar toda situación ilegal, ya que las denuncias solían ser anónimas. Pero este correo era especial. Aportaba unas fotos en las que podía distinguirse a una joven latina intercambiando documentos con una mujer madura de aspecto distinguido. Así que, excitado por la curiosidad, dio prioridad a este asunto y decidió lanzarse a la búsqueda del relojero. Comprobó los datos de hacienda y de la seguridad social, no encontrando nada fuera de lo normal. Eran raras las ocasiones en que tenía que hacer trabajo de campo, así que cogió su chaqueta y salió a la calle.

  El taller estaba cerrado. Un cartel anunciaba período de vacaciones durante toda la quincena, y el escaparate estaba sellado con papel de estraza. No dejándose desanimar por este primer obstáculo, subió hasta el quinto piso de este antiguo edificio, con la esperanza de encontrar a su misterioso señor Ortiz. En su lugar, una mujerona vestida de ama de llaves le abrió la pesada puerta.

-"Buenos días. Estoy buscando al señor Ortiz Andrada. Represento al bufete Bösch."
-"Buenos días. Lo siento mucho, pero el señor Ortiz se encuentra ausente. Le sugiero llamar a este número y pedir una cita"- Le instó, ofreciéndole una tarjeta de visita. -"Adiós, buenos días."
cerró la puerta sin más dilación. 

  Frank se quedó un rato en el parque de la esquina, pensando sobre lo sucedido, cuando vio pasar al ama de llaves. Era una mujer esbelta y altiva, de unos cincuenta, morena y seria. Sin pensarlo dos veces, se dispuso a seguirla. Y entraron en el acuario. Fue fácil pasar desapercibido entre los grupos de escolares y de ancianos que visitaban el centro a esa hora, descubriendo como la mujer desaparecía tras una puerta reservada al personal. Buscó en los folletos informativos alguna pista que le ayudara a continuar con la investigación, mientras telefoneaba a su colega Katerina. Ella también era abogada, se conocían desde la universidad, y estaba familiarizada con la gestión de empresas. 

  Husmeando en los papeles del acuario, encontraron una serie de pedidos de productos químicos a una empresa de Montevideo. Al parecer, importaban desde hacía cuatro años sales marinas artificiales para el mantenimiento de las peceras. La empresa uruguaya estaba a nombre de Jacinto Ortiz Andrada. ¡Bingo! Además, tenía una filial en Franckfort a nombre de Ana Laura Ortiz Keller. 

  No tendría más de treinta años. Tenía una hermosa sonrisa, anchas caderas y un acento encantador. Ana Laura recibió en su despacho de Franckfort a los jóvenes abogados, respondiendo a sus preguntas con una cordialidad extravagante para los germanos. Hasta que llegó el momento clave.

-"¿Dónde está su padre, señorita, el señor Ortiz Andrada? Le hemos intentado encontrar pero no hemos tenido ningún éxito. Tenemos información que le concierne directamente, y es preciso que hablemos con él".
El rostro de Ana Laura se sumió en un profunda tristeza.
-"La última vez que vi a mi padre fue la semana pasada en el aeropuerto, cuando nos despedimos. Se ha ido a Montevideo a tomarse unos días de descanso. Ha sufrido mucho estrés últimamente". 
Entonces le enseñaron las fotos en el que aparecía ella, entregando unos documentos a una misteriosa mujer a la que no se veía bien la cara.
-"¿Puede explicarnos quién es esta mujer?¿Qué están intercambiando?"
-"Es mi madre. Mi padre me pidió que se lo entregara una vez que él se hubiera ido. Son los papeles del divorcio, y la documentación que prueba el tráfico de sustancias ilegales. Mi padre descubrió que su mujer utilizaba su nombre y su antigua empresa uruguaya para importar un fármaco nuevo e ilegal, que meten en el agua de los acuarios en forma de sales, y mantiene a los animales tranquilos. Al parecer, mi padre descubrió que Anna Keller, casada con él desde hacía más de veinte años, y oceanógrafa de profesión, estaba amasando una fortuna trayendo esta sustancia a Europa. Ahora que lo pienso, estoy casi segura de que ha sido él mismo quien les hizo enviar la denuncia como inmigrante ilegal. Ha sido pura estrategia burocrática, porque necesitaba tiempo para salir de Alemania. Los tratados con Uruguay le mantendrán a salvo hasta que se aclare todo este asunto, y dar parte a inmigración es la vía más lenta para cursar una denuncia por otro asunto. Está claro que por lo menos está bien asesorado... Es increíble los secretos que puede guardar una persona, por muy cerca que esté de uno..."- y miró melancólica la foto de familia sobre su escritorio; ella orgullosa con su licencia de empresaria, con su padre feliz y jovial a un lado, y la supuesta ama de llaves al otro abrazando a su hija. 
  En ese mismo momento la policía detenía a la señora Keller, delante de la pecera de los delfines.



 
 foto: Vivian Maier
 http://www.vivianmaier.com/

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