martes, 19 de mayo de 2015

El intercambio

  Sólo oía su propia respiración. Todo estaba oscuro. Tenía los miembros entumecidos, la herida de la pierna le escocía y le dolía, sentía que sangraba. Empezó a angustiarse. Intentó moverse y estirarse, pero estaba atrapado. Lágrimas tibias y espesas caían por sus mejillas cuando escuchó unas voces lejanas. Emitió un grito gutural desde el fondo de sus entrañas para pedir ayuda. Las voces se oían cada vez más cerca.

-"Que te he dicho que he oído algo, hombre, acércate y ayúdame a buscar"- dijo una voz de hombre suave y afeminada.
-"Como sea otro de tus cuentos te vas a enterar"- respondió su compañero levantando los escombros de madera y piedras.
-"¡Aquí!, ¡Estoy aquí, por favor ayúdenme!"
-"¿Lo ves?- "Tranquilo señor, estamos aquí, vamos a sacarle, tenga paciencia, estese tranquilo!"

  Josende y Ramiro removían con gran esfuerzo los grandes bloques de piedra que habían sepultado al desconocido. Sus manos ensangrentadas escarbaron sin descanso hasta que finalmente dieron con él, encontrando uno de sus pies amoratado y sucio.

  Fabián despertó en una habitación de hospital, limpia y desierta. Respiraba con una mascarilla de plástico, que le molestaba en los ojos y le secaba la garganta. Tenía una perfusión en su brazo izquierdo y algunos electrodos pegados a su pecho conectados a un monitor que emitía sus ritmos vitales. Una sonda salía de sus genitales, recogiendo la orina directamente de su vejiga y un yeso pesado y húmedo le inmovilizaba la pierna derecha hasta la ingle. Volvió a sentirse atrapado. No recordaba gran cosa, y esta sensación le agobiaba también. Una angustia incontrolable se apoderaba de él, haciendo saltar las alarmas del monitor.

-"Fabián, respira, todo está bien. Estás a salvo, respira tranquilo. Mírame, Fabián, mírame a los ojos".
  Encontró en su desconcierto unos serenos ojos almendrados que le llamaban. Se asió a ellos, descubriendo poco a poco, según se tranquilizaba, una hermosa boca, cabellos negros, uniforme blanco, y unas manos suaves que cogían la suya como quien sujeta a un niño perdido.
-"Todo está bien, respira. Así, lo estás haciendo muy bien. No tienes que ocuparte de nada, sólo tienes que descansar un poco. Estás a salvo, descansa".
  Un profundo sueño le arrastró hacia las profundidades, mientras los ecos de estas palabras de salvación resonaban en sus oídos.

  Sus propios gritos le despertaron. Las pesadillas se sucedían tiñendo sus noches de sangre, miedo y oscuridad. Imágenes sueltas se agolpaban en su cabeza; y de pronto, recordó. Recordó el Ford azul aparcado bajo el sauce, junto a los campos de trigo; recordó la cita con aquellos extraños hombres en aquel viejo cobertizo; y recordó el intercambio: una vida por otra. Era lo justo.

-"¡Está en taquicardia ventricular, rápido!"
-"¡Adrenalina, un miligramo, lo perdemos!"
-"Hay que intubar, ¡material!"
-"Palas, cargando a 360,¡fuera!"

   Hora de la muerte: las cinco y cuarenta tres minutos.



foto: MacaRon, London



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