martes, 10 de febrero de 2015

don gustav

Era un portal grande y señorial, de un edificio de un antiguo barrio elegante de madrid. la puerta de cristal estaba protegida por una pesada reja negra. el telefonillo sólo tenía cuatro botoncitos redondos, por cada una de las casas. nada más entrar, una gran escalera de mármol y su barandilla dorada, te invitaba a acercarte a pesar de la oscuridad. el ascensor estaba enjaulado en una complicada maraña de hierro forjado. olía a humedad. yo subía las escaleras despacito, como cada noche. no había ventanas y una bombilla desnuda colgaba del primer descansillo para iluminar dos puertas. una frente a otra. robustas, de madera, con ostentosas aldabas de bronce. yo seguía subiendo, sabiendo que me esperaban. llegué al último piso y la puerta, como siempre a estas horas, se me presentaba entreabierta. discretamente, y con toda educación daba las buenas noches. en ese momento aparecía en el hall alfombrado la señora. nunca sonreía. tenía la cara redonda y roja, con el pelo muy blanco siempre recogido en un moño con forma de sombrero de don quijote. era menuda y de carnes firmes, y se movía con pasos pequeños y rígidos haciendo ruido con su faja. siempre me recibía en camisón y bata de las mejores telas. me acompañaba a mi cuartito; era un vestidor con una lamparita, en el que se guardaban telas, manteles y toallas, y ropas en desuso; cabía justita una silla de madera, de esas de tijera, donde yo pasaba mis largas noches. dejaba allí mis bártulos y me ponía mi bata de enfermera. y pasaba a ver a don gustav, que me esperaba ya en la cama, con su pijama azul y sus ojos de infinita gratitud. era un hombre muy alto y muy delgado. con la cara, el cuerpo y las manos huesudos y arrugados. con una eterna media sonrisa del que no sabe exactamente dónde está ni lo que está pasando. yo le hablaba dulcemente mientras le ponía su inyección de las diez. y después de arroparle, me iba al cuartito de la silla. allí, y ya con el resto de la casa a oscuras, yo bordaba para ahuyentar la oscuridad de la noche. bordaba mantelitos y servilletas con mariposas, o con flores y hojas, o con cenefas enredadas y así me distraía. de vez en cuando don gustav hacía algún ruidito y yo me acercaba cuidadosa para comprobar que se encontraba bien. y volvía a mi cuartito. las noches se hacían larguísimas, con la única compañía de un reloj de cuco que cantaba las horas. a partir de las 4h es cuando la noche siempre es más oscura y más fría, y cuando es difícil sujetar tus miedos. entonces yo pensaba que en muy poquito saldría de nuevo el sol. yo me decía "tranquila, que siempre amanece. sólo aguanta un poquito más que enseguida amanece" y seguía bordando. cuando por fin al cabo de otro rato veía que una luz tímida y blanca acariciaba la madera del suelo y daba forma a los muebles del pasillo que antes eran sombras, y a los cuadros y a las alfombras, yo sonreía. sonreía porque había vencido una vez más. porque ya sólo me faltaba ir a ver a don gustav para asegurarme que dormía tranquilo después de ponerle la inyección de las 6h y podía salir por la puerta robusta, bajar las escaleras de la barandilla dorada, abrir el portal enrejado y antiguo y salir a la calle y llenarme de aire fresco y nuevo de la ciudad aún durmiente, aún vacía y silenciosa que amanecía. era tiempo de irme a descansar.

foto: MacaRon. japan

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